jueves, 29 de mayo de 2014

El trastorno perverso de un vino


Salgo corriendo por la pasarela de madera que me guía al mar. Una de las tiras de mis viejas chancletas de color gris se ha despegado y yo decido seguir mis pasos descalza... Los montículos de  arena blanca de la playa de Guardamar del Segura masajean la planta de mis pies pero me achicharran. El agua del mar me sonríe y me transporta a la timidez seductora de un hombre con pecas. Me tumbo de espaldas en la toalla turquesa y me invade en mi memoria el olor a vainilla que despierta todos mis instintos. Sólo me calma la sed  el frescor de la copa del goloso vino rosado Malvarrosa que me enamoró en el Cap de Sant Antoni, en Xàbia, y que deja regusto a frambuesa madura. Lo saboreo y con mis labios mojados, sueño que me quedo encolada a los labios de mi cazador, el de las pecas que huelen a vainilla... Estoy tan embriagada que no quiero abrir los ojos. Aunque el griterío de los niños de la sombrilla de al lado es insoportable y rompen el embrujo de mi momento. Las voces pueriles se mezclan con el acento francés de Manob, un insólito joven de piel negra pero larga melena rubia que hoy vende gafas de sol y relojes falsificados en  la playa. El día es ventoso y las sombrillas vecinas se zarandean sin rumbo fijo, alocadas y perversas hasta que un golpe huracanado de viento sacude sin piedad la cabeza de Manob. El atractivo africano con pelo dorado se desvanece y saltan de las rosadas palmas de su mano, gafas y colgajos que se desparraman en la arena.
Con presteza, me incorporo y salto de la toalla dispuesta a socorrerle. Abandono mi quimera de verano con  el vino Malvarrosa y el hombre de las pecas, pero torpemente, coloco mi peso sobre un pie y lo hinco salvajemente en la copa de cristal. Sólo recuerdo que la sangre brota a borbotones como el color de vino Mauro, y creo que me sobreviene un vahído...


Camping Roof Top Tent
El libro de Alessandro Baricco, 'Seda', sobre la almohada
El piar de los pájaros me despierta y me sorprendo  en un cómodo pero ajeno colchón, cubierta con una manta verde muy hosca, huele a cerrado y pronto advierto que estoy en alto. A los lados, dos ventanitas triangulares de tela y una cuerda tensa que sirve para enrollar la fina persiana... ¿Dónde estoy?... Asomo la cara por un claro, reparo que es una tienda de campaña sobre el techo de un todo terreno blanco -una peculiar tienda de campaña Roof Top Tent- y a unos metros alcanzo a leer: Camping Palm.
Cuando la ventisca me despeja, me asedian los nervios y deseo salir de mi encierro pero un agrio dolor en el pie derecho me lo impide... Maldita sea, el final de mi extremidad está muy inflamado y una venda me recubre el empeine y el tobillo. En la almohada hay un libro con una leyenda en japonés: Seda, de Alessandro Baricco. Hojeo una página y leo: "...Regresad o moriré...". Siento unos pasos y seguidamente asoma por la escalerita que accede a mi cama, la cara amable de Manob aunque a penas le reconozco porque su melena áurea se esconde tras un rancio pasamontañas militar. Su cuerpo huele a brisa y su cercanía me intimida. Suave y sutilmente se aproxima a mi piel, y me convulsiona los poros, su boca esta junto a mi pelo, me conmina más y siento que bailamos música blanca, como Hervé Joncour con la ilusoria amada japonesa. Está tan cerca de mis labios que percibo su aliento, me evoca a uva moscatel romano, quizás a un efluvio de vino Casta Diva, y entorno los párpados, porque deseo que me bese indómitamente... Hasta que siento el helor de un instrumento cortopunzante en mi espalda que me estrangula la respiración. Me aguijonea con violencia la piel y noto que me resbala sangre. Con su mano izquierda me tapa la boca y con la derecha me enseña el arma con la que me ha herido: un kunai, una cuchillo de combate ninja. 

Con acento francés balbucea que seré su rehén hasta que confiese donde he guardado la botella de Gessamí Gramona 2011, un caldo con sabor a jazmín japonés que caté en El Corralet de Benicàssim. Definitivamente, el vino nos trastorna.







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sábado, 17 de mayo de 2014

Ojos verdes como aceitunas


El día que nos abandonó Gabriel García Márquez abracé la marioneta que me regaló mi amiga 'Ojos'. La muñeca de trapo me susurró al oído estas palabras: 'Por cada minuto que cerramos los ojos, perdemos sesenta segundos de luz'.

Me sobrecogió el alma y cogí mis bártulos desordenados, los metí en un hatillo y con mis zapatillas ennegrecidas recorrí la acera de mi barrio hasta llegar a la parada del autobús. Media hora después ya estaba en la Calle del Mar de Pinedo, en el coqueto apartamento de 'Ojos'.  Siempre me sorprende la luz de esos ojos color verde aceituna de mi amiga, que como versa la canción que ella canta de Joaquín Sabina: ojos verdes como aceitunas que robaban la luz de la luna miel...
Y así junto a un balcón de geranios bermellón, más intensos que el vino Toro, me empalagué los labios con miel de caña y aceite Sanct Mathei mientras agitaba la cola el westie blanco de mi amiga. 
En la fotografía, mi amiga 'Ojos'
Quise endulzar un momento amargo. Gabo nos había abandonado y sus palabras naufragaban en mi mente, como si me fueran a invadir cien años de soledad.
De pronto sonó mi Samsung Galaxy.... (imposible no dar un brinco cuando escuchas el tono: 'Las flechas del amor' de Karina)... Escuché una voz áspera y varonil que me dibujó una amplia sonrisa. El que llamaba era mi vecino Aureliano, un chileno octagenario, cultivado y sabiondo (o sabihondo) que he tenido el placer de conocer. Aureliano Buendía se había quedado atrapado en el ascensor y, menuda suerte la mía, había marcado mi numero de teléfono móvil. Así que con el rastro de aceite en la boca y la miel de caña aún pegada en los labios, salí disparada de nuevo hacia mi apartamento. Esta vez, cruzamos la autovía de Pinedo a Valencia con el Mercedes rosa de mi amiga 'Ojos' (es rosa porque la luz del sol ha desgastado el rojo original del modelo y porque las abolladuras ya tienen un color de carne cruda de vaca)... Pero eso no llamó la atención de la ingente cantidad de vecinos que estaban agolpados en la acera de mi portal. 'Ojos' y yo esquivamos como pudimos a los corrillos de los cotillas, cuyo único objetivo era saber por qué hoy Remedios, la del tercero, no había abierto la puerta al cartero... y llegamos hasta la orilla del angosto hueco del ascensor. Dos bomberos gritaban: Aureliano, vamos a tirar el arnés para rescatarle, es muy arriesgado por su edad, tenga cuidado!.
El sagaz anciano fingió que estaba sordo porque ya había tejido su red. De repente, escuché la vibración de mi whatsapp. Apreté en el circulito verde y apareció una autofoto de Aureliano besando a Remedios, la vecina del tercero. 

'Ojos' y yo nos cruzamos una mirada pícara de complicidad mientras él vociferaba desde el ascensor bloqueado en el sótano: La muerte no llega con la vejez, sino con el olvido
El siguiente whatsapp que me envió mi avejentado vecino decía:  Mi querida niña, no chive que Remedios está conmigo... besar es como leer, y yo quiero seguir leyendo...