sábado, 19 de julio de 2014

La premonición de Ramón

 "Con este aparato llegas a  la Luna". Eran las chistosas palabras de Ramón, un pastor vaqueiro ajado y ducho en los caminos rurales que recorren los Picos de Europa, al descubrir el vehículo todo terreno en el que viajábamos. Escudriñaba absorto el coche y nuestra cara de turistas, mientras nosotros sonreíamos amablemente aunque sólo teníamos ojos para advertir la media docena de mocos verdosos que chorreaban por su suéter de lana. Ramón nos guió por sendas barrosas que solamente conocían él y sus flamantes vacas y al cabo de tres horas fuimos a parar de bruces a la braña de Marlene, una francesa que nos acogió con queso asturiano de Taramundi, mermelada casera de manzana y un delicioso arroz con leche con azúcar quemada.
Me rocié el paladar con sorbos de sidra y me embriagó el maridaje. Pasé una noche maravillosa, soñé que estaba en un bosque de Somiedo, que me balanceaba en un columpio de madera que tenia un río a mis pies,  que me bamboleaba con fuerza mi hombre (el de las pecas con sabor a vainilla) y que al saltar a la otra orilla, me esperaba un plato de zamburiñas bañadas en aceite de oliva virgen...


Mi olfato se despertó antes que yo... inhalando el perfume pestilente a queso de Cabrales, un tufo placentero pero cargante,  que puede resucitar a los muertos y que se cuela por todos los recovecos. 
Columpio de Braña La Code (Somiedo)
Evidentemente, deseé lascivamente romper entre mis dientes crujientes rebanadas de pan con el mejor queso azul del Principado de Asturias. Así lo hice y deleitándome de placer, escogí entre la ropa de mi maleta mis viejos shorts tejanos, los que dice mi amiga 'la torera' que dejan al aire casi indecorosamente mis nalgas bronceadas, y en un brinco, ya estaba de nuevo sentada de copiloto en el aparato que casi te transporta a la luna. 
Retomamos rumbo en dirección a tierras gallegas, en unas horas, pasando por todos los pueblos sanmartinos y siguiendo el curso del río Xallas,  las ruedas del todo terreno se detuvieron a  mirar el océano en Dumbría.  Mis ojos fotografiaban el paisaje  cuando de pronto descubrí por el objetivo unos conocidos muslos que se contoneaban cerca de la espectacular cáscada de Ézaro. Enfoqué el zoom y los gestos de las manos delataron a la rubia platino de sonrisa angelical que me saludaba. Por un instante, pensé que no era posible, porque a 1.013 kilómetros de distancia de mi casa, me tropezaba con Aurora, mi eterna acompañante a las Islas Baleares (Mallorca, Menorca y Formentera y algún piloto de avión, son testigos de nuestras aventuras). Sin mediar palabra pero con los sugerentes gestos de la lengua de signos, no hicimos recuento de  los centenares de vacas de pelaje rojo que habíamos visto por el camino, sino que decidimos brindar por las Pitiusas con más de una copa de Bouza de Carril, un albariño con sabor a melocotón que te embriaga suavemente. El regusto pérfido a nécora de la Ría, nos convirtió en deliciosas máquinas parlanchinas hasta el amanecer.  
A las 11:11 y con 11 grados de temperatura,  Auro ya no estaba, y la resaca y yo mirábamos de reojo el GPS del salpicadero, me retumbaban los mugidos de las vacas en mi cabeza y en definitiva, me sentía como un detonador. Súbitamente, el todo terreno volteó de lado, me voló el corazón del pecho y creí que nos precipitábamos al vacío. Afortunadamente, quedamos en equilibrio sostenidos por dos ruedas, porque la delantera izquierda se había clavado con saña en un pozo de dos metros de profundidad.
Cerré los ojos y supongo que me desmayé. Vi vacas lilas, los mocos azules de Ramón, las zamburiñas oxidadas, pilotos con flotador y hasta el hombre de las pecas con sabor a vainilla se había convertido en un chimpancé negroide y nauseabundo que arrojaba esputos.  La congoja se apoderó de mi. Sólo quise despertar al recordar aquel vino gallego, el arrebatador albariño de Santiago Ruiz, que el día de San Juan compartí con la flamenca de Camporrobles. Sin duda, como dijo Ramón, habíamos llegado a la Luna.