martes, 6 de diciembre de 2016

LA ANHELANTE DANZA DE LAS LATAS

Fotografía de Sebastian Bolesch (Dido y Eneas)
¿Se puede calentar el vino tinto cuando su temperatura es excesivamente fría?... Cedemos la palabra a un experto sumiller aunque mi compañera rubia y yo nos sorprendimos cuando un zagal camarero nos invitó a catar un Matsu después de someterlo a instantes de calentamiento al baño María, una práctica sólo recomendada para vinos dulces. Era un 11 de mayo y estábamos mas preocupadas por el cupón de los invidentes  y la amorología que por el buen uso de los cinco sentidos ante un caldo bermellón subyugado al calor.
Los ojos nos invitaron a desviar un poco más la atención desde la copa hacia las letras escritas con bolígrafo azul que yacían sobre una servilleta de papel: ESTOY ESCONDIDA Y PERDIDA EN LA FINCA DE LOS DESTERRADOS. Parecía un mensaje cifrado. Nos cruzamos las pupilas, nos pimplamos el vino de un trago y marcamos la dirección en el Google Maps. Nos indicó una ruta formando un triángulo equilátero a 24 kilómetros de distancia hacia el oeste así que subimos rápidamente al flamante todoterreno Toyota que Tijn me había prestado y presa de la emoción, aceleré el vehículo para ir en busca de nuestra desconocida anónima. Pensé en el hechizo de los ojos azul gris del hombre con pecas que saben a vainilla y eso me mantuvo despierta porque una densa cortina de lluvia me impedía ver con claridad el monumental edificio al que llegamos. Un letrero me informó: ESPAI DE LA SEDA.

En el patio central, junto a una chimenea cuyo fuego ígneo lanzaba chispas contra un cristal, una pareja de enamorados besaba un vino. El Godello dorado viajaba de una boca a otra y se mecía en los paladares de ambos mientras se fusionaban en un suave beso. 
Para no interrumpir el instante sensual, sigilosamente, nos acercamos a preguntar por nuestro destino. El joven, con su mano diestra, acarició un mechón rizado de su amada, le susurró una palabra al oído y, sin titubear, dibujó sobre un papel un destino con triángulo, y en el vértice izquierdo escribió: CENTRAL DE LATAS.  Había trazado nuestro próximo rumbo.



Adentrándonos con el 4x4 en el tráfico de la avenida de Barón de Cárcer, llegamos a la Plaza de la Ciudad de Brujas y aparqué atolondradamente en la acera del Mercado Central de Valencia. 
Central de Latas, en el Mercado Central de Valencia
En el pasillo de José Benlliure, mi amiga y yo hallamos una coqueta parada donde un universo marino enlatado enloqueció nuestro apetito: caracolas, bacalao, sardinas, calamares, pulpo, mejillones, anchoas, anguilas, trucha, salmón... 
En este gozoso paraíso, la ventresca con manteca ibérica y la codornices escabechadas brincaban de amor con mantecados del Rey Felipe II y con hermosas cajitas de chocolate de flores con naranja.
Sentí el mismo placer que me embriaga cuando escucho la ópera de Henry Purcell: El Lamento de Dido, y entonces vi danzar las latas, vestidas de diosas griegas en busca de un príncipe troyano, suspirando el recuerdo del sabor. Imaginé que alrededor de una hoguera, los patés gamberros desnudan a sus amadas sardinas, satisfacen a las ventrescas y erotizan a las caballas. En un canto desesperado de fogosidad y lascivia, como en el aria, sucumben al destino (remember me, but forget my fate) y claman impacientes un aceite virgen extra del mar...
Deliciosos patés de Central de Latas

Desperté del lamento ante unos acordes de guitarra que venían de lejos...  Tal vez procedían del patio de armas del Castillo de Peñíscola, invadido por el gusto y la sensualidad castiza de l'Oli del Mar.

Oli del Mar en Central de Latas
Pero me evocaban a bohemia,  arte y corazón y sin demora, corrí con la ágil elegancia de un galgo, siguiendo la ruta del triángulo hasta la calle Murillo. En la puerta de la bodega Sorbito Divino, sobre un taburete vetusto, tocaba la guitarra un profesor de pelo cano que miraba una partitura donde rezaba el título: Me voy a morir de TANTO amor. Observé que tenía la mirada bella y el rostro curtido y que por su mejilla resbalaba una nota musical disfrazada de lágrima de diamante, como la de Silvio Rodríguez en sus cuerdas.
El Silencio, de Miguel Torres. La Finca de los Desterrados


Me apasioné con el descubrimiento. Por fin había desencriptado el mensaje de auxilio. El único equipaje del irresistible hombre de pelo blanquecino y barba entrecana, era una botella de aceite infiel en cuya etiqueta se podía leer: Escondida y perdida en la Finca de los Desterrados... Sólo sus olivos los recuerdan fieles y nos hablan con palabras. Palabras de silencio. 

Dido's lament. Henry Purcell.


                                 
Me voy a morir de tanto amor. Alberto Iglesias.



Tous les garçons et les filles. F. Hardy

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